domingo, 15 de diciembre de 2013

Explorando el amor

Había sido una semana con dragones, pesadillas, atorones y lentitud. Se bajó de la pequeña nave que ahora conducía; una sola plaza, con lo bueno y lo malo de ser chofer y pasajera, lo mejor era la ventana, enorme e impenetrable.

La prioridad era buscar una estación de comida, no cualquiera, una de su preferencia, de esas pocas que quedan.

Se ajustó el casco y comenzó a caminar, aunque el aire se veía claro, estaba lleno de veneno, era preferible respirar el oxígeno reciclado del pequeño dispositivo que estaba integrado a su traje. Mientras caminaba intentó dejar al sol saliente aclarar sus reflexiones.

     No eres tú, soy yo que se molestó consigo misma por meterse a explorar esa coordenada. Llamó mi atención, me sentí intrigada, había que investigar la clase de extraño que podía vivir ahí. El suelo parecía firme y aunque resbaladizo, predecible. Claro, cuando no se encuentra lo que se busca pero se tiene la corazonada de que hay algo escondido, lo siguiente es adentrarse en el terreno, intentar descubrir lo que se oculta tras las sombras, entre las raíces.

     Los ojos se acostumbran a la penumbra; una intenta adivinar las formas familiares, los sonidos te recuerdan otros lugares de momentos más felices. Pero este suelo es duro, rudo, no crece nada o lo hace muy lento, más parecido a la coordenada que he dejado atrás.

Ayer había caminado otro trecho que no la llevó a ningún lado, de pronto un recuerdo la hizo tropezar, no supo dónde cayó y se golpeó el orgullo; cuando pidió ayuda nadie vino en su auxilio, tuvo que quedarse un rato hasta aprovechar una ráfaga de viento fuerte para salir del pequeño agujero.

Después de un rato de pensarlo, se convenció que era mejor levantar el campamento, dejarlo ir, no regresar.


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